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Nuestros Niños Perdidos

La historia nunca contada del genocidio de los pueblos indígenas por la Iglesia y el Estado de Canadá


Un resumen de una investigación independiente en curso sobre las “Residencias Escolares” para indígenas canadienses y su herencia.

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Jasper Joseph, de sesenta y cinco años, es un indígena de Port Hardy (Columbia Británica), cuyos ojos aún se llenan de lágrimas al recordar a sus primos asesinados con inyecciones letales por el personal sanitario del Hospital Indígena de Nanaimo, en 1944.

"Tenía sólo ocho años cuando nos enviaron desde la Residencia Escolar de Alert Bay, de la Iglesia Anglicana, al Hospital Indígena de Nanaimo, dirigido por la Unión de Iglesias.

Allí, me mantuvieron recluido en una habitación minúscula, durante más de tres años, como si fuera un ratón de laboratorio, y me administraron píldoras e inyecciones que arruinaron mi salud.

Dos de mis primos se rebelaron y lucharon en todo momento, oponiendo gran resistencia, de modo que las enfermeras les administraron inyecciones que les provocaron la muerte de inmediato. Así se les hizo callar". (10/11/2000)

Al contrario que los alemanes de la posguerra, los canadienses aún no han reconocido –no hablemos de arrepentimiento-, el genocidio perpetrado contra los millones de seres humanos conquistados: hombres, mujeres y niños aborígenes, deliberadamente aniquilados por nuestros supremacistas raciales: Iglesias y Estado.

A principios de noviembre de 1907, los medios de comunicación canadienses reconocían que el índice de mortandad en las residencias escolares indígenas superaba el 50%.



No obstante, la realidad de semejante barbarie se desterró de la conciencia colectiva y de los anales de la historia de Canadá durante decenios. Y no es para menos; porque la historia oculta revela la existencia de un sistema cuyo propósito era el exterminio de la mayoría de los pueblos indígenas, mediante la propagación de enfermedades, el desplazamiento de sus pueblos y el asesinato puro y duro, al tiempo que se "asimilaba" a una minoría de colaboracionistas a los que se adiestraba al servicio de dicho sistema genocida.

Esta historia de genocidio premeditado incrimina a todos los niveles del Gobierno y la Real Policía Montada del Canadá, a las Iglesias Protestantes, grandes empresas, Policía local, y a médicos y jueces.

La trama de complicidad de este aparato homicida fue, y sigue siendo, tan extensa que su ocultación ha requerido de una permanente campaña de encubrimiento, perfectamente orquestada, por parte de las más altas esferas de poder en nuestro país.

Un encubrimiento que aún persiste, especialmente hoy que los testigos presenciales de los asesinatos y las atrocidades cometidas en las residencias "escolares" para indígenas, administradas por la Iglesia, logran salir a la luz por primera vez.

Porque fueron las residencias "escolares" las que constituyeron los campos de exterminio del Holocausto canadiense, y, tras sus muros, más de la mitad de los niños indígenas internados allí por ley murieron o desaparecieron, según las propias estadísticas oficiales del Gobierno.

Estas 50.000 víctimas se han evaporado, al igual que sus cadáveres, "como si jamás hubiesen existido", asegura un superviviente. Pero existieron; fueron las criaturas inocentes asesinadas a fuerza de palizas y torturas, o deliberadamente expuestas a la tuberculosis y demás enfermedades, por parte de empleados de la Iglesia y del Gobierno, conforme a un plan maestro de "Solución Final" urdido por el Ministerio de Asuntos Indios, la Iglesia Católica y la Iglesia Protestante.

El término "Solución Final" no lo acuñaron los Nazis, sino el Superintendente de Asuntos Indios Duncan Campbell Scott, en abril de 1910, cuando exponía su proyecto para resolver el "Problema Indio" en Canadá.

Scott describía el asesinato premeditado cuando se le ocurrió tal expresión, utilizándola por primera vez en respuesta al aumento de la preocupación de un Agente Indígena de la costa oeste, alarmado por el alto índice de mortandad que se producía en las residencias escolares de la costa. El 12 de abril de 1910, Scott escribía:

"Es un hecho obvio que los niños indios hacinados en estos internados pierden su resistencia natural a la enfermedad, y que el índice de mortandad que se produce en ellos es muy superior al que se da en sus lugares de origen. Pero este mero hecho no justifica el cambio de política de este Departamento, cuyo objetivo primordial es hallar una solución definitiva al Problema Indio".

Superintendente del Ministerio de Asuntos Indios, D.C. Scott, al Director General del Departamento de Asuntos Indios de la Columbia Británica, Mayor General D. McKay. (Archivos del Ministerio, series RG 10)

Con tal consentimiento oficial del homicidio desde Ottawa, las Iglesias responsables de aniquilar a los indígenas se sintieron envalentonadas, y bastante protegidas, para declarar la guerra a gran escala contra los pueblos indígenas no cristianos durante el siglo veinte.

Las bajas de aquella guerra no fueron sólo los 50.000 niños muertos en las residencias escolares, sino también los sobrevivientes, cuya condición social hoy ha sido descrita por grupos de Derechos Humanos de las Naciones Unidas como “de un pueblo colonizado casi en los límites de la supervivencia, con todos los atavíos de una sociedad del tercer mundo”. (12 de noviembre de 1999). El Holocausto sigue.

Este informe es fruto de una investigación independiente durante seis años sobre la historia oculta del genocidio contra los pueblos aborígenes del Canadá. Resume los testimonios, documentos y otras pruebas que demuestran que las Iglesias canadienses, las empresas, y el gobierno son culpables de un deliberado genocidio; de la violación de la Convención de Naciones Unidas sobre el Genocidio, que Canadá ratificó en 1952, y a la que está vinculada por normas de derecho internacional.

Este informe es un esfuerzo de colaboración de casi treinta personas. Y aún algunos de su autores tienen que permanecer en el anonimato, en particular sus colaboradores aborígenes, cuyas vidas han sido amenazadas, han sido agredidos, se les han negado empleos, y han sido desalojados de sus casas en las reservas indias debido a su participación en esta investigación.

Como dijo un ex-ministro de una de las instituciones culpables señalada en nuestra investigación -la Unión de Iglesias del Canadá-:

“Fui despedido, apuntado en la lista negra, amenazado y calumniado en público por sus superiores, por mis intentos de revelar la historia de las muertes de niños en la residencia escolar de aquella Iglesia en Alberni. Pero, como deberían saber, las mentiras y las crucifixiones nunca han detenido la verdad de los supervivientes”.

Muchas personas se han sacrificado para realizar este informe, de modo que el mundo pueda aprender del Holocausto canadiense, y asegurarse de que los responsables serán llevados ante los tribunales, ante el Tribunal Penal Internacional.

Comenzando entre los indígenas y activistas con pocos medios de Puerto Alberni (Colombia Británica), en el otoño de 1994, esta investigación de delitos contra la humanidad ha continuado a pesar de amenazas de muerte, asaltos, y los recursos de la Iglesia y el Estado canadienses.

Queda en manos del lector hacer honor al sacrificio compartiendo esta historia con otros, y rechazando participar en instituciones que deliberadamente mataron a miles de niños.

La única respuesta ética, para no tener colectivamente las manos manchadas de sangre, es negarnos a perdonar el genocidio y las mentiras que lo han ocultado en nuestro país.

Esta respuesta es una forma de limpieza ética que nosotros, herederos de un sistema cruel, tenemos que dar si queremos honradamente denominarnos “nación civilizada”.

Ésta es una historia no acabada, ya que el asesinato de indígenas sigue. El nivel de vida de los Indios canadienses es hoy el sesenta y cuatro en el mundo, por debajo de los de Méjico y Tailandia (Globe and Mail, 12 de octubre de 1998).

En mi antigua parroquia de Puerto Alberni, la mortalidad infantil entre las familias indígenas es tan alta como en Guatemala. En muchas ocasiones, entre los años 1992 y 1995, cuando yo oficiaba allí, presidí entierros de bebés aborígenes que habían muerto de desnutrición, pulmonía y otras enfermedades causadas por la pobreza y las malas condiciones de la vivienda.

Era normal para mí repartir comida entre las familias de indígenas de Puerto Alberni, que no habían comido en días, y cuyos niños ni siquiera podían levantarse debido al agotamiento inducido por el hambre.

Tales condiciones miserables en una de las naciones más ricas del mundo están causadas principalmente por el robo sistemático de tierras y recursos a los nativos por empresas multinacionales, como el gigante estadounidense de la pulpa de Weyerhauser, y monopolios empresariales de pesca, como los grupos Pattison y Weston.

Tristemente, este robo permitido por gobiernos e Iglesias benefició a los líderes nativos en las reservas financiadas por el Estado. El modelo de esta opresión se extendió de muchas maneras a las residencias escolares de los indígenas, donde la muerte y la tortura eran la norma.

Entonces, como ahora, el gobierno de Canadá deliberadamente ocultó los delitos cometidos por las Iglesias. Típica en este sentido es la declaración del Agente indio P.B. Ashbridge, en su informe de enero de 1940, sobre un incendio en la residencia escolar de Ahousat de la Unión de Iglesias, que “probablemente fue provocado”.

Ashbridge escribió, “Dado que esta escuela era propiedad de la Iglesia y dirigida por ésta, se puso mucho empeño en evitar una investigación”. (P.D.Ashbridge al Comisario de Asuntos Indios, Mayor M. McKay, 26 de enero de 1940)

Esta tradicional aquiescencia y confabulación oficial a lo largo de más de un siglo de crímenes contra los pueblos indígenas de Canadá, no debe desalentar nuestro empeño por descubrir la verdad y llevar a sus responsables ante la justicia.

Ésta es la razón por la que hoy les invitamos a recordar, no sólo a las 50.000 criaturas muertas en los campos de exterminio de las residencias escolares, sino a todas las víctimas silenciosas que aún sufren entre nosotros la carencia de alimentos y la ausencia de justicia. Solidaricémonos con ellos, pase lo que pase. Porque, como bien dice el pacifista Phil Berrigan:

"Si los poderes de exterminio no necesitan pasar sobre tu cadáver para llegar hasta sus víctimas, maldita sea tu vida, y maldita tu religión".


Han pasado casi 10 años desde los inicios de este proceso, actualmente el Gobierno de Canadá ha reconocido el daño y el dolor causado a las comunidades nativas y a su nación. Ha compenzado un nuevo período. Todos anhelamos su reconciliación.

Puedes contribuir a este proceso firmando la Carta de Reconocimiento al Genocidio Nativoamericano. (Aquí)

Puedes leer Declaración de Reconocimiento del Genocidio en español.

Todos y cada uno de nosotros somos hermanos del mismo pueblo. Nos une la misma energía y sentimientos de pertenecia a nuestras tierras y culturas.

Fuente: The Canadian Holocaust, The Untold Story of the Genocide of Aboriginal Peoples by Church and State in Canada.
A Summary of an Ongoing, Independent Inquiry into Canadian Native “Residential Schools” and their Legacy.
Published by The Truth Commission into Genocide in Canada, a public investigative body continuing the work of previous Tribunals into native residential schools:
The Justice in the Valley Coalition’s Inquiry into Crimes Against Aboriginal People, convened in Port Alberni, British Columbia on December 9, 1994, and The International Human Rights Association of American Minorities Tribunal into Canadian Residential Schools, held in Vancouver from June 12-14, 1998.
Copyright @ The Truth Commission into Genocide in Canada, 2001, [Págs. 5-8]





Los Niños Perdidos
Realización: Dalhya Newashish.
Wemotaci, Quebec, Canadá
Año 2007.

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"Nosotros debemos reunirnos en una mente, un corazón, un amor y una determinación"-William Commanda-

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